La Sierra. Barrio popular de Medellín fundado a finales de los años 70, cuando comienza la violencia en las áreas rurales y la gente huye hacia las urbes. La ciudad de Medellín pasa de apenas 400.000 habitantes en la década de los 50, a más de un millón a principios de los 70. La ciudad se desborda y todos miran al valle que rodea la ciudad como su única posibilidad. Un valle que no estaba preparado para recibirles.  

La Sierra es un barrio autoconstruido y autogestionado. Ladrillo a ladrillo y escalón a escalón. Durante los años 90 y 2000, se convierte en una zona estratégica para los grupos armados y en escenario de excesiva violencia. Generaciones de jóvenes a los que les era casi imposible escapar de la violencia. Generaciones de constantes despedidas, muy presentes todavía hoy. La Sierra convive con sus muertos. Y convive con lo que estas muertes dejaron: el dolor, el prejuicio, el peso de la desesperanza y el estigma. Uno de los sitios “más malucos de por ahí arriba”. Tanto que tenemos que aclarar que La Sierra no es un hotel o una parada de metro cada vez que nos subimos a un taxi. “Señoritas, pero La Sierra… La Sierra?” es una de las preguntas que más hemos escuchado. 

En cambio, lo que yo vivo aquí no me genera tanta incredulidad. Vivir en La Sierra es una experiencia bellísimamente contradictoria. Los días empiezan con vallenatos que salen de los altavoces a todo volumen, calentando motores desde la mañana. Mientras bajamos los 145 escalones que nos separan del Centro Juvenil, saludamos a las vecinas: algunas limpian, otras tienden la ropa, y otras simplemente “se solean un ratico”. Los días pasan rápido y no hay uno igual. Nuestras rutinas son fijas, pero se suplen de una gran variedad de actividades y consentidos imprevistos, obsequio con denominación de origen. El resto del día pasa entre el Centro Juvenil, la oficina de ENGIM, la casa cural… and add a little bit of spice: se suele añadir a la lista la escuela de arriba, la escuela de abajo, la huerta del Centro o la huerta de arriba, la cancha de los Niches, Hogares Claret, etc. 


Escaleras desde nuestra casa hasta la calle principal.

Siempre hay nuevas ideas y cosas que hacer. Cuanto más conocemos a los niños con los que trabajamos, más propuestas nos vienen a la cabeza. Sin embargo, hay que estar atenta o puedes caer fácilmente en la frustración. Cuando llegas con la emoción de aportar nuevas ideas, no cuentas con la posibilidad de que tus expectativas caigan en picado. Pero después te adaptas. Te adaptas al ritmo, a las necesidades, a la improvisación. No son procesos lineales, y ahí es cuando el trauma cultural deja ver sus secuelas. 

Este mes de octubre hemos organizado una Semana Cultural en el Centro Juvenil para incentivar la motivación y participación de los niños y niñas, y añadir un poco de variedad a las actividades que ofrecemos. Esta semana ha incluido espectáculos de baile y música, juegos, globos, pintucaritas, talleres, una película y una humilde casa del terror. El objetivo de este tipo de semanas culturales es desarrollar habilidades e intereses distintos para cada niño. Suelen despertar emociones distintas al exponerse a estímulos desconocidos.  

Otro pilar importante es la participación de realidades externas al barrio. La colaboración social en el ámbito cultural es muy alta en Medellín. La alcaldía y otros entes abarcan el campo cultural, medioambiental, sanitario y su influencia en el tejido social aquí es muy visible. Por nuestra parte, intentamos atraer estas influencias, de entidades públicas o privadas que ofrezcan talleres, o realidades de otros barrios que destacan en el área artística. Este aporte de realidades externas fortalece el lento desarrollo de barrios -aquí conocidos como populares– como La Sierra. 

La vida entre La Sierra y el centro de la ciudad parecen universos paralelos. A través de este tipo de experiencias de visitas, talleres, colaboraciones y articulaciones con entes externos al barrio, nuestro objetivo es convertir lo paralelo en tangencial. El entorno en el que vivimos va modelando la persona que eres, tocando tus puntos de referencia, por lo que estas circunstancias pueden jugar a favor o en contra de uno, ser un motor que propulse o un ancla que hunda. Un entorno que colabora o que compite. Inspira o deprime. Se acumula con el tiempo, pero sus efectos acaban siendo muy visibles a la larga.

La influencia que he percibido de este tipo de encuentros, sobre todo en los jóvenes, aunque sutil, es evidente. La identidad cultural se crea mediante la construcción de la vida cotidiana, requiere de acciones sociales prácticas y continuas… Generando redes de apoyo y de aspiración entre los propios jóvenes se puede llegar a cambiar la identidad de ‘desesperanza y estigma’ que permea el ambiente de La Sierra. 

Ángela Carretero Martínez.

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