¿Cómo pueden diez meses pasar tan rápido y sentirse tan intensos a la vez?

Ahora que queda poquito de este capítulo de mi vida, miro atrás y veo un cambio muy grande en varios aspectos de mi persona.

Ha sido, sin embargo, un año desafiante para mí: tuve que acostumbrarme a un nuevo lugar, a compartir con personas nuevas y a relacionarme con muchísimas otras más, atreverme a dar voz a lo que siento y confrontar algunos miedos. Por esto mismo fue un año tan significativo y revelador.

He aprendido a reconocer mis errores y a tener conversaciones incómodas; empecé a verme como un proceso que quizás nunca se terminará y a apreciar el aprendizaje gracias al cual este proceso sigue desarrollándose, siendo este último un rostro, un nombre, un lugar, una experiencia en particular o simplemente un momento de soledad. He aprendido a alejarme de todo lo que me hace daño; a cuidarme sin demasiada culpabilidad; a cerrar procesos que ya no tienen razón de ser y a buscar la manera de hacerlo sin lastimar; a no dejar que las expectativas de los demás me afecten pensando en que tengo que cumplirlas, a diferenciar entre lo que es ajeno a mí, lo que no está a mi alcance y lo que yo quiero de verdad. 

He superado unos ataques de ansiedad durante una salida de senderismo y, poco tiempo después, me fui a la Ciudad Perdida, una ruta de trekking que dura cuatro días, y a pesar de ser -la mayor parte del tiempo- la última en llegar, disfruté mucho del camino. Me di cuenta de mi gran miedo a las alturas, y aún así, hice parapente y parasailing; me sentí agobiada al ponerme una máscara para hacer snorkeling en el medio del océano, a pesar de venir de un pueblo de mar, y aún así, hice una inmersión de buceo llegando hasta los 23 metros de profundidad. Todas estas pequeñas batallas ganadas y estos retos conmigo misma llevan nombres y rostros de gente que creyó en mí y en la posibilidad de superarme: primeras, ante todo, mis compañeras. 

A través de ellas conocí mundos distintos, pues cada quien es un mundo, ¿cierto? Aprendí y sigo aprendiendo muchísimo sobre las relaciones interpersonales, mi forma de ser y mis inseguridades, me siento apoyada al enfrentar mis miedos, acompañada en los momentos de dificultad y también con ganas de compartir las pequeñas cosas bonitas que me pasan. 

Y son ellas mismas, y la certeza de que lo haremos juntas, la razón por la cual el pensamiento de tener que regresar en unos meses se me hace menos agre y se tiñe de un calor consolador.

A propósito, hace poco más de un mes que empecé un taller de teatro gracias al cual estoy siendo más consciente de mi forma de ser y expresarme, de lo que me gustaría cambiar o simplemente trabajar en mí, de lo que todavía no comprendo, de lo que quiero o que toca aceptar.

Me di cuenta de que casi nunca estoy presente en el momento, casi siempre pensando en lo que pasó o puede pasar. Ahora que me queda tan poquito, ¿cómo no fijarse en una despedida futura y disfrutar de lo bonito que me rodea ahora y que todavía queda por experimentar? 

A lo largo de este camino, a veces más empinado, a veces más suave, reconocí el miedo a perder a las personas queridas, de muchas veces huir de mis sentimientos o querer callar mis pensamientos o intentar llevarlos por otros caminos, haciendo otras actividades, corriendo detrás de algo que de verdad no me importa tanto, para no arriesgarme a reconocer como me encanta lo que me gusta.

¿Y cómo ser una persona valiente y con confianza en un mundo que siempre nos pone en comparación con los demás? ¿cómo aceptarse aún cuando fallamos? ¿cómo no exigirnos ser los mejores de todos en todo? ¿cómo ser más tiernos con nosotros y menos juzgantes con los demás? ¿cómo darlo todo sin esperarse nada a cambio? ¿cómo quitarse el piloto automático de la cabeza y seguir entusiasmados de aprender y de hacerlo sin afán, sin la presunción de no necesitar ayuda, con la conciencia y la gratitud de poderlo hacer? Porque aunque haya mucho que explorar todavía nos queda tiempo, nos queda vida. ¿Cómo brindarnos segundas o terceras oportunidades? ¿cómo reconocernos y acogernos en momentos en los cuales nos vemos frágiles y vulnerables? ¿cómo atrevernos a pedir ayuda sin sentirnos pequeños?

Con estos interrogantes me quedo después de diez meses de servicio civil. 

¿Los aclararé algún día? Para ser realista, creo que no. 

De pronto surgirán otros nuevos, de pronto me sentarán mal algunos de ellos, me moverán cosas, despertarán viejas heridas, incertidumbres o inseguridades que yo creía sepultas o superadas, pero ya acepté ser un proceso, y ¡qué bonito es cuando un viaje te lleva a otros diez mil viajes, dentro de ti, con otras personas, en otros lugares más allá de los que quedan al simple alcance de los ojos!

Partí de Italia con la ambición de que me gustara mucho este proyecto y digo “ambición” porque esto va mucho más allá de una esperanza: cuando de verdad te gusta y te anima lo que haces todos los días, esto se convierte en un lujo. 

Sin embargo, tuve momentos retadores y soy consciente de que en el futuro tampoco faltarán, porque así es la vida y el lujo para mi es que la vida misma te ofrezca las herramientas, la motivación para superarlos y seguir para adelante. Prescindiendo de que seas serviziocivilista o trabajador o estudiante, esto es lo mejor que alguien te puede desear cuando estás a punto de empezar un nuevo proyecto hacia el cual tienes mucha ilusión.

No le tengo rencor a nadie, pero tampoco puedo decir de haberme embarcado en este viaje a la ligera: no me sentí apoyada al salir de casa, ni comprendida, ni escuchada cuando intenté explicar lo que me movía a hacerlo. Muchas voces expresaban la preocupación de que me fuera a un lugar tan lejano y “peligroso”, otras el escepticismo de por qué estuviese haciendo algo tan diferente con respeto a lo que estudié y acerca de la razón que me movía. Pero mi obstinación fue más fuerte y a costo de tener el mundo en contra seguí hacia lo que me propuse. Aunque a veces pienso que muchas cosas en mi vida hubieran podido ser diferentes o seguir caminos distintos, miro atrás y me doy cuenta de que no tengo remordimientos. Esto es algo que no tiene precio.

El objetivo de estas líneas tal vez sea solo un desahogo o un resumen de lo que estos meses representaron para mí, ahora que debería ya estar cerrando procesos.

Escribo este testimonio en la misma noche de un día en que, hablando con un amigo de mi pueblo por llamada, él expresó la curiosidad sobre qué diría si alguien me preguntara la cosa que más me haya impresionado de Colombia. 

La verdad es que no le sabría dar una respuesta unívoca. 

Simplemente le podría decir que se lea estas líneas, de pronto le podrían resolver algunas dudas.

Siento que tengo que aprovechar bien el tiempo y disfrutar de todo lo que me queda y me enfado conmigo misma porque aún así me doy cuenta de que ya en mi cabeza me estoy despidiendo de muchas cosas. 

Es muy curioso cuando la nostalgia te sorprende al extrañar lo que aún tienes.

Pero ya acepté ser un proceso y, en lugar de seguir enfadándome conmigo misma por eso, intentaré interpretarlo como una clara señal de lo bonito que me brindó este viaje y de lo bueno, que estos diez meses me regalaron, con que me quedaré.

Lascia un commento

Il tuo indirizzo email non sarà pubblicato. I campi obbligatori sono contrassegnati *